UNA HISTORIA DE AMOR Y TRAICIÓN: LA EXPROPIACIÓN PETROLERA. Por el profr. Juan Pérez Medina. (Red MovPAP)

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En 1938, el pueblo de México, de la mano de un hombre extraordinario como lo fue el General Lázaro Cárdenas del Río, entonces presidente de la República, llevó a cabo el acto de amor más extraordinario del siglo XX y, por supuesto, de lo que corre del siglo XXI, al consumar la recuperación del petróleo para los mexicanos.

El petróleo, hasta entonces en manos de corporaciones extranjeras gringas e inglesas pasó a manos de la nación y, gracias a esta enorme osadía, el pueblo mexicano pudo disfrutar de los beneficios de su extracción, refinación y su infinidad de derivados. El petróleo así se convirtió en palanca del desarrollo, dando garantías a la seguridad nacional y al empuje de la era de la industrialización en aquella política económica de sustitución de importaciones, que acompañó al estado bienestarista.

Gracias a ellos, millones de mexicanos pudieron ser atendidos en los cientos de miles de hospitales y clínicas que se construyeron. Millones de mexicanos pudieron ir a la escuela en el sin fin de ellas que se edificaron a lo largo y ancho del país y en todas sus modalidades y niveles.

Las cosechas pudieron salir y llegar a las ciudades y pueblos con los cientos de miles de kilómetros de se construyeron para comunicarnos por vía terrestre. Toda una proeza que sólo fue posible gracias a que el petróleo era nuestro, de los mexicanos; pues el “oro negro” llegó a representar hasta más del 30 por ciento del presupuesto nacional.
Fue un viernes 18 de marzo de 1938, en la noche cuando el presidente Cárdenas dio el anuncio de expropiar el petróleo. El anuncio sorprendió a todos, incluyendo a las mismas empresas extranjeras que dieron por hecho que el conflicto había acabado con su aceptación de pagar 26 millones de pesos de aumento a los trabajadores, decretado por los tribunales, concluyendo que esa respuesta acabaría con la huelga que sostenían los trabajadores petroleros.
El presidente hizo el anuncio a su gabinete a las ocho de la noche y se difundió dos horas después por la radio en cadena nacional. El embajador norteamericano Joseph Daniels, igual se enteró cuando estaba el presidente por la radio ese mismo día y, afirmó días después en ante la prensa en Washington que: “Ni el Presidente Roosevelt, ni el secretario de Estado Cordell Hull ni yo, sabíamos sobre la expropiación”. El general había ganado la partida.
Desde el nueve de marzo, Cárdenas había conversado con Francisco J. Mújica y al término de la plática tomó la decisión encargándole a este último que elaborará el decreto expropiatorio.

Según palabras de Eduardo Suárez, Secretario de Finanzas, por la mañana del 18 de marzo, el General le comentó la decisión y le “…pidió que explicara en su nombre al Consejo de Ministros todos los esfuerzos que se habían hecho para llegar a un acuerdo con los trabajadores de la industria petrolera y con las empresas; que la huelga estaba ya causando muy serios trastornos a la economía nacional y que no podía continuar así por tiempo indefinido pues, (…) de prolongarse algunos días más, tendría la consecuencia de paralizar la economía nacional; que en vista de la intransigencia de las compañías para negociar, no le quedaba más remedio que expropiar los bienes de las compañías petroleras en su integridad, y que ya había dado instrucciones a la Secretaría de Economía Nacional para que se preparasen los efectos correspondientes.”

Cuando el General Lázaro Cárdenas estaba leyendo el decreto, por instrucciones del gobierno los trabajadores y el sindicato estaban tomando las instalaciones a su cargo en todos los campos y oficinas petroleras. Pese algunos primeros informes alarmistas y a ciertas inevitables fricciones, la operación se desarrolló con calma y diligencia.
En su discurso a la Nación, Cárdenas argumentó las razones más que justificadas que motivaron a su gobierno a emitir el decreto de expropiación; textualmente dijo que “se ha dicho hasta el cansancio que la industria petrolera ha traído al país cuantiosos capitales para su fomento y desarrollo. Esta afirmación es exagerada.

Las compañías petroleras han gozado durante muchos años, los más de su existencia, de grandes privilegios para su desarrollo y expansión; de franquicias aduanales; de exenciones fiscales y de prerrogativas innumerables, y cuyos factores de privilegio, unidos a la prodigiosa potencialidad de los mantos petrolíferos que la nación les concesionó, muchas veces contra su voluntad y contra el derecho público, significan casi la totalidad del verdadero capital de que se habla. Riqueza potencial de la nación; trabajo nativo pagado con exiguos salarios; exención de impuestos; privilegios económicos y tolerancia gubernamental, son los factores del auge de la industria del petróleo en México.

Examinemos la obra social de las empresas: ¿En cuántos de los pueblos cercanos a las explotaciones petroleras hay un hospital, una escuela o un centro social, o una obra de aprovisionamiento o saneamiento de agua, o un campo deportivo, o una planta de luz, aunque fuera a base de los muchos millones de metros cúbicos del gas que desperdician las explotaciones? ¿En cuál centro de actividad petrolífera, en cambio, no existe una policía privada destinada a salvaguardar intereses particulares, egoístas y algunas veces ilegales? De estas agrupaciones, autorizadas o no por el Gobierno, hay muchas historias de atropellos, de abusos y de asesinatos siempre en beneficio de las empresas. ¿Quién no sabe o no conoce la diferencia irritante que norma la construcción de los campamentos de las compañías? Confort para el personal extranjero; mediocridad, miseria e insalubridad para los nacionales. Refrigeración y protección contra insectos para los primeros; indiferencia y abandono, médico y medicinas siempre regateadas para los segundos; salarios inferiores y trabajos rudos y agotantes para los nuestros.

Abuso de una tolerancia que se creó al amparo de la ignorancia, de la prevaricación y de la debilidad de los dirigentes del país, es cierto, pero cuya urdimbre pusieron en juego los inversionistas que no supieron encontrar suficientes recursos morales que dar en pago de la riqueza que han venido disfrutando”.

Doña Amalia Solórzano, a petición del General Lázaro Cárdenas del Río, convocó a las mujeres de los funcionarios del gobierno a realizar una colecta para pagar la deuda de la expropiación petrolera. De acuerdo con sus palabras, “No ha habido una respuesta más bonita que esa “–refiriéndose a la gente. Llegaron con animales, gallinas y borregos, dinero, alhajas, anillos de matrimonio, medallas de bautizo, objetos distintos, miniaturas, de todo. La presencia de la gente fue única. Era muy emocionante, la gente estaba muy motivada, queriendo ayudar no nada más con aquello que estaba llevando, sino que quisieran haber hecho no sé qué para colaborar más. Los niños entregaron sus alcancías. He visto constancias del Banco de México, de niños que al llevar su aportación se les dio un recibo.”
A esta gesta heroica del pueblo de México, le siguió desde siempre la traición. Los burgueses desplazados del negocio del petróleo, se propusieron recuperar lo que ellos consideraban suyo y así fue ocurriendo con el tiempo, hasta que en diciembre de 2013, entre aplausos de la clase política y empresarial del país, Enrique Peña Nieto, firmó la contra reforma energética, que no sólo devolvía el petróleo a los extranjeros, sino que ponía en sus manos todo el potencial energético del país. Los enemigos del país se congratularon y de boca de sus personeros, como por ejemplo, el panista German Martínez, reivindicaron este hecho como un acto de justicia en contra de aquel decreto que según ellos los había despojado.

La expropiación fue un acto de amor patrio que no sólo significó un acto de soberanía y de autonomía de la Nación; sino que además, fue una acción de seguridad nacional, pues como se sabe y lo mencionó el propio presidente Cárdenas, en distintas épocas y aún contemporáneas, “las compañías petroleras han alentado casi sin disimulos, ambiciones de descontentos contra el régimen del país en donde se localizan cada vez que ven afectados sus negocios, ya con la fijación de impuestos o con la rectificación de privilegios que disfrutan o con el retiro de tolerancias acostumbradas”. Han conspirado contra gobiernos y colaborado para tumbarlos en razón de sus egoístas ambiciones. No han tenido empacho en estimular la rebelión con dinero y armas. “Dinero para la prensa antipatriótica que las defiende.

Dinero para enriquecer a sus incondicionales defensores”. Hoy los traidores han ganado una batalla de esta larga lucha de clases, pero más temprano que tarde, los trabajadores estaremos rectificando el camino y los ambiciosos serán derrotados.

Los bienes nacionales volverán a ser nuestros y Peña Nieto, al igual que Porfirio Díaz, Antonio López de Santa Anna, Victoriano Huerta y Carlos salinas de Gortari, pasará a la cañería de la historia para colocarse en el lugar de la inmundicia; ahí donde está la mierda.

Un comentario sobre «UNA HISTORIA DE AMOR Y TRAICIÓN: LA EXPROPIACIÓN PETROLERA. Por el profr. Juan Pérez Medina. (Red MovPAP)»

  1. Tristeza!!!! Rabia!!! que gente ignorante, arrabalera como el presidente entregue a manos particulares recursos que son del pueblo de Mexico. Un pueblo sometido a la ignorancia y coparticipe de su situación. Un escenario complicado puesto que no hay reacción!!! La gente no siente suyo esa empresa moribunda llamada PEMEX

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