OPINIÓN: Por la construcción de un nuevo sujeto político de cambio de los trabajadores. Por el profr. Juan Pérez Medina. (CUT – Michoacán).

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Recomponer el movimiento social “se necesita una poca de gracia y otra cosita”, como dice la letra de la popular canción de “la Bamba”. Entre los actuales referentes y las organizaciones sociales y de base hay una gran diversidad que a veces parece más una desventaja.

Los matices llegan a convertirse en elementos imposibles de superar, sobre todo cuando de definir compromisos unitarios se trata. Entre el campo popular llega a haber situaciones que conducen a las tendencias a mantener conflictos que son más entre ellos que con el enemigo, conduciendo a estas agrupaciones a un desgaste mutuo que el enemigo celebra, estimula y aprovecha.

La lucha entre facciones equivocadamente se vuelve fundamental y el principal obstáculo para alcanzar acuerdos unitarios de corto y largo plazo. Existe, además otras formas de dispersión que tienen que ver principalmente con la relación práctica con el estado de parte de algunas de ellas.

En este sentido hay muchas organizaciones de masas que no se plantean más la trasformación del país o el asalto al país. Ese objetivo dejó de tener sentido para ellas cuando en su perspectiva no existe el largo plazo, sino las respuestas a una serie de reivindicaciones economicistas y peticionarias que buscan mantener a las masas en la pobreza, pero bajo el control de los resultados de las gestiones por vivienda, por proyectos productivos, etc.

Estas organizaciones se vuelven cotos de poder unos cuantos. Espacios de control social y político, generalmente en beneficio de sus dirigentes, quienes acaban obteniendo beneficios que les permiten acceder a niveles de bienestar clasemedieros, alejándose de los objetivos políticos y convirtiendo a su organización en grupos de presión para la negociación, incluso de cargos públicos, como ocurre con varios sindicatos y organizaciones sociales y campesinas en Michoacán.

Son entes dedicados a mantenerse o crecer para mantener o acrecentar los niveles de negociación con el estado o con los partidos políticos. No hay lucha política de clases, sólo oportunismo político. Su negociación con el gobierno y las relaciones de apoyo que generan en torno a partidos o candidatos llega a convertirlos en una especie de mercenarios a los cuales lo mismo da un partido o candidato, siempre y cuando sea conveniente para sus intereses, que no los del pueblo y, a los cuales el gobierno logra medir y controlar, pues sabe hasta qué punto habrán de llegar y la forma en cómo podrá resolver la tensión que lleguen a generar.

En no pocas ocasiones, hay respuestas no escritas de beneficio particular que son las que acaban por diluir cualquier protesta. Por eso, es tan difícil unir al movimiento popular (léase organizaciones sindicales, estudiantiles, campesinas, indígenas y populares), en torno a la lucha política que implique construir y consensuar una única plataforma y un único plan de acción o programa de lucha, que supere las formas que el estado ha establecido como formas de control o mediación social.

La magnitud de la hegemonía de una clase sobre su antípoda se manifiesta de acuerdo con su capacidad de imponer un discurso y una realidad posible con algunos matices que, a pesar de todo, no controla y que es el embrión de cambio. Los últimos 50 años se han caracterizado por una fuerte hegemonía del capital que se manifiesta en una derrota política y, sobre todo, ideológica que no logramos superar, a pesar de las manifestaciones de inconformidad que se han venido suscitando con mayor frecuencia e intensidad, fundamentalmente como elementos de un crecimiento del malestar social.

No existe una propuesta más allá de las formas tradicionales de confrontación con el estado, que haga frente a los nuevos desafíos de los trabajadores y sus familias. Ecologistas, feministas, indigenistas, etc., no son más que maneras de encauzar mecanismos de presión sobre el capital pata buscar humanizarlo, que no derrotarlo. Habría que mencionar que por parte del movimiento sindical, éste se sitúa en la forma más simple de organización que busca sus reivindicaciones gremiales, sin mirar más allá de lo que implica mejorarlas.

El espíritu meramente gremial, junto con la generación de relaciones de gobernabilidad con el gobierno y, por qué no decirlo, de corrupción, es el que atraviesa la vida de la inmensa mayoría de los sindicatos lamentablemente. No hay sindicatos clasistas, aunque lo repita la CNTE por ejemplo, para llegar a creerlo. Su lucha es eminentemente gremial y no se ven visos de que esto pueda superarse a corto o mediano plazo. Al menos no en las actuales condiciones.

Pero sí la CNTE está así, ¿qué se puede esperar de otros sindicatos menos politizados? Conformar un nuevo sujeto de cambio es una tarea que no puede soslayarse por parte de los trabajadores, pues de lo contrario acabaremos perdiendo todas nuestras conquistas, de por sí disminuidas y altamente amenazadas. Su integración reclama de parte de las organizaciones más avanzadas el ponerse al frente y avanzar en una nueva propuesta que se sostenga en una plataforma de reivindicaciones políticas, enviando las exigencias gremiales a segundo plano. Junto a ellas debe convocarse a los cuadros políticos más comprometidos e ideológicamente formados de tal forma que puedan brindar claridad y compromiso al quehacer político y la lucha ideológica de la clase trabajadora.

Pero la tarea de formar una nueva organización política de los trabajadores en la entidad y el país es cada vez más urgente y necesaria y digo política y no partidaria, por si alguien pudiera confundirse.

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