ARTÍCULO OPINIÓN: LLÁMENME MIKE. Por el Profr. Juan Pérez Medina. (CUT – Michoacán)

 

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El desarrollo del capitalismo ha convertido a este país en un verdadero desastre. Sabemos que la corrupción es uno de sus inherentes baluartes para acentuar y asegurar la hegemonía, pues es mediante este elemento que las resistencias son sometidas y el pueblo y sus recursos son avasallados, manteniendo o, incluso, acrecentando sus márgenes de ganancia. Hechos como el accidente ocurrido en el “Paso Exprés” de la carretera México – Cuernavaca que costó la vida de dos personas al generarse un socavón de 5 metros de profundidad cuando apenas se había abierto al público son evidencias que no dejan lugar a dudas sobre la manera ventajosa, cínica e inmoral en que se conduce la burguesía en el poder político y económico.

Obras mal construidas y riesgosas que rápidamente se deterioran, pero que significan millonarios negocios al amparo de la administración pública del gobierno federal y en el cual participan sus principales representantes, comenzando por el propio Enrique Peña Nieto, principal favorecido, son el pan diario de cada día que aumenta el enojo social al mismo tiempo que disminuye nuestra capacidad de asombro.

El nuevo escándalo generado por la información proveniente de Brasil acerca de los sobornos millonarios de la empresa Odebrecht que superan los 10 millones de dólares entregados a un alto funcionario de Pemex, días después de que en 2013 Peña Nieto recibiera al director de esta empresa, que confesó haber entregado más de ocho cientos millones de dólares a gobiernos de 16 países a cambio de la entrega de contratos en condiciones preferenciales. Según fuentes periodísticas existen declaraciones de tres altos ex ejecutivos de Odebrecht que afirman que dicho alto funcionario de Pemex no es otro que Emilio Lozoya, exdirector de la Paraestatal, quien recibió 10 millones de dólares en “propinas” a cambio de ayuda para obtener contratos. Según los testimonios citados, Lozoya comenzó a recibir dinero de la empresa brasileña cuando se desempeñaba como Coordinador de Vinculación Internacional en la campaña del entonces candidato Enrique Peña Nieto. Al parecer, la empresa en cuestión venía haciendo negocios ilícitos con el gobierno de México desde 2010, lo que hace suponer y no estamos lejos de ser certeros que dichos sobornos iniciaron con el presidente Calderón Hinojosa y que los recursos entregados en 2013 a Emilio Lozoya fueron destinados para fortalecer las finanzas de la campaña de Enrique Peña Nieto.

En medio de todos estos hechos que vienen sacando a relucir la pudrición y mal olor que contiene la administración pública priista, nos venimos dando cuenta que el tamaño de la descomposición política no tiene manera de ser medido y cuya dimensión está rebasando todo límite posible.

El cochinero que se conoció cuando emergió públicamente la “Casa Blanca”, el regalo de la empresa Higa a Peña Nieto en Las Lomas de Chapultepec de la Ciudad de México, con valor de 7 millones de dólares y que indignó a todo el país, está quedando en nada comparado con lo que estamos conociendo y lo que se desconoce aún, porque al parecer no existe forma de detener el grado de corrupción con que contamos en el país y que a diario va en aumento. Los casos de los ex gobernadores detenidos, sometidos a juicio o prófugos, son tentáculos de una inmensa red de ladrones amparados por la impunidad que les da el poder político.

Los involucrados, por su grado de responsabilidad política y económica son de aquellos a los que se les cataloga como “intocables”. Están en la cúspide del poder y, desde ahí disponen de las instituciones encargadas de impartir justicia para hacerse un traje de impunidad a la medida de sus ambiciones. Indudablemente, Lozoya no pisará la cárcel y, como se observan las cosas es probable que la sociedad acabe pidiéndole perdón por haberlo enjuiciado de antemano. Y lo digo porque el gobierno de Peña ya tiene su “chivo expiatorio” en la persona de Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, ahora en huelga de hambre. Este distinguido elemento de la “nueva generación de políticos del PRI”, como lo hizo llamar su jefe Peña Nieto, será al parecer el sacrificado del sistema para intentar taparle “el ojo al macho” y disminuir la creciente inconformidad social. Las credenciales de pillo de Duarte son de los más elocuentes, pues

convirtió a Veracruz en la entidad, por mucho, más violenta del país, la desfalcó hasta más no poder y combatió con denuedo a quienes lo enfrentaron y criticaron, convirtiendo a ese estado en el más peligroso para el ejercicio periodístico. Enriquecido hasta el hartazgo, Javier Duarte se convirtió en insostenible y, a pesar de que el gobierno le brindo todo el apoyo para que saliera del país, finalmente tuvo que ser detenido y sometido a juicio, él mismo que seguramente le será altamente benévolo, pero que hará que se quede un buen rato detrás de las rejas, pues el horno no está para bollos.

Si desde el gobierno federal se hacen los más grandes negocios turbios en donde se entregan contratos a empresas amigas, favoreciéndolas con cantidades millonarias a cambio de jugosas “propinas”, en las entidades y municipios la situación tiene su homologación que se replica hasta el infinito y más allá; y en ello están involucrados todos los partidos políticos y los grupos económicos que no tienen ideología más que la del dinero y que lo mismo apuestan por el PRI, que por el PAN o el PRD. Ya saben que todos son vulnerables.

Un caso emblemático de lo que afirmo es la fundación de “Juntos Podemos” que preside Josefina Vázquez Mota, a la cual se acusó en 2016, de haber recibido más de mil millones de pesos del erario público entre 2014 y 2016. Y no sólo eso; en marzo de 2017 se informó que la Procuraduría General de la República investiga al padre y a los seis hermanos de Vázquez Mota por haber recibido 17 millones de pesos de empresas fantasmas, que el 14 de diciembre de 2015 fueron denunciadas por la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público por el trasiego de 400 millones de pesos de origen ilícito. No es el único caso de corrupción en el PAN, pues no olvidemos el caso de los hijos de Martha Sahagún, esposa de Vicente Fox y sus negocios inmobiliarios favorecidos por su madre como primera dama, y los que están saliendo a relucir hoy con Felipe Calderón en el caso de Odebrecht.

Duarte es el elemento malo al cual el sistema ha escogido para sacrificarlo a la vista de todos a fin de expiar sus penas. Es como si quisiera con ello exorcizar sus demonios y renovar sus votos. Pero ya no nos deben engañar. Pues lo hacen para tapar el verdadero cochinero que tienen entre ellos y que ya no hay manera de mantenerlo oculto.

Lo que es increíble, es la falta de respuesta social a este tipo de hechos que nos ponen ante el mundo, por un lado, como uno de los países más corruptos y; por otro, como el lugar donde todo puede pasar y nadie hace nada. Es necesario que la gente despierte, se organice y responda enérgicamente ante estos terribles hechos que están poniendo en grave peligro el futuro de México. Ya es hora. Y no se trata de cambiar a unos hombres por otros. Se equivocan aquellos que consideran que el problema es un asunto de cambio de personas o de partido en el poder. De lo que se trata es de desmontar el estado actual y bajo sus ruinas edificar una nueva Patria.

Esto pasa por la derrota del capitalismo y su modelo neoliberal y la necesaria construcción de nuevas formas de relaciones sociales y económicas que detengan el individualismo egoísta que nos destruye. No hay de otra: el capitalismo está impedido como modo de producción para resolver los grandes problemas sociales de la humanidad. Es como la fábula aquella en donde el alacrán convence al sapo de que lo lleve al otro lado del riachuelo bajo la promesa de que no le picará y, finalmente, a mitad del arroyo acaba encajándole el aguijón a sabiendas que él mismo acabará perdiendo la vida. Al darse cuenta el sapo de que el alacrán le ha picado le pregunta ¿por qué lo has hecho? Y éste le contesta: Es mi condición natural.

No acabaremos de salir del atolladero si seguimos apostando por el sistema político que padecemos. Hacer el mal es su condición natural a pesar de sus promesas permanentes y sus espejismos inútiles. De lo que se trata es de construir un gobierno popular. Llamémosle de salvación nacional por ejemplo, pero que apueste por cambiarlo todo antes de que el costo sea tan alto que nos acabe costando mucho más de lo que merecemos. Nos toca a los de abajo. A la inmensa mayoría. A los que no nos hemos determinado y que hemos padecido como nadie. A los trabajadores con y sin empleo. A todos nosotros y no a la clase política que viene manteniendo este sistema abyecto.

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