OPINIÓN. LOS ANTIGRANIZO Y EL EFECTO FRANKENSTEIN. Por Julio Santoyo Guerrero

Más de 220 mil hectáreas de aguacate plantadas en Michoacán, con un mercado que consume anualmente un millón 775 mil toneladas, por un valor de 2, 392 millones de dólares, es un negocio inmenso  y  de gran atractivo para las empresas que venden tecnologías.

Las empresas de agroquímicos, por ejemplo, van de la mano con la prosperidad aguacatera. Ellas ofrecen soluciones tecnológicas para el control de plagas y para la mejora de la calidad y cantidad del fruto. La falta de regulaciones y normas precisas para este sector ha propiciado su crecimiento desbordado ateniéndose a la máxima: hecha la ley hecha la trampa.

Las empresas que ofrecen servicios de cañones antigranizo (formales y patito) han encontrado en este sector una oportunidad dichosa de negocios. Más de mil artefactos -tolerados e ilegales-  operados por estas empresas se encuentran instalados en toda la franja aguacatera. Con precios que van desde uno hasta varios millones de pesos, cumplen en la temporada de lluvias su cometido milagroso, diluir el granizo.

Desde que se instalaron en Michoacán las poblaciones del entorno han denunciado, y en más de una ocasión han recurrido a la acción directa, exigiendo su prohibición porque modifican el tiempo climático. Con ello se ha abierto un debate que año con año se aviva en torno a su eficacia e impacto ambiental.

La opinión científica adopta valoraciones distintas. Una parte sostiene que los antigranizo son una estafa, un mito que los aguacateros están pagando porque no hay pruebas de que modifiquen el granizo. Con esta opinión coinciden académicos ligados a instituciones como la Semarnat. Por su parte la Organización Mundial de Meteorología (OMM) recomendó en su reunión de Oslo Noruega, en septiembre de 2007, no utilizarlos argumentando que «algunos métodos, como los cañones antigranizo o los dispositivos de ionización, no cuentan con fundamentos físicos y no son recomendables.»

En otra perspectiva están quienes sostienen que los artefactos sí son eficientes para diluir el granizo pero que de ninguna manera afectan las precipitaciones en el entorno. Es  la  teoría color de rosa. Este argumento proviene centralmente de académicos pagados por las empresas constructoras de los cañones. Con esta narrativa generan confianza en los compradores y cabildean con las instituciones gubernamentales. Hoy día están en un dilema: si aceptan que sus artefactos no modifican el clima estarán pasando por embaucadores, y si asumen que sí lo modifican se colocan contra la ley toda vez que por principio nadie tiene autorización para modificar el clima, así sea un micro clima.

Y en otra vertiente están quienes argumentan que esa tecnología sí modifica los tiempos climáticos en perjuicio del medio ambiente y del derecho humano al agua de todos. Desde esta perspectiva  reclaman que las certezas sobre la amigabilidad ambiental de cualquier tecnología son inciertas, se dicen sorprendidos de que las instituciones competentes no hayan aplicado el principio de precaución, adoptado por México en la Cumbre de la Tierra en Rio, en 1992.

En el fondo de todo esto está la manera en que pensamos el «progreso» y el papel de la técnica. Estamos cautivados por una economía anti ecológica que ha reducido a la naturaleza a una mera mercancía. El paradigma determinista de Francis Bacon y Descartes, proveniente de los siglo XVI y XVII, hoy nos sigue alentando e ignoramos la decadencia ambiental que con él se construyó. Aquel modelo que sustentó la Revolución Industrial, que creía que la ciencia y la técnica tienen la función de «hacer retroceder los límites del imperio humano para que pueda realizar todas las cosas posibles» nos ha costado, entre otras cosas, el calentamiento global. Por esa vía hemos llegado al cambio climático y más localmente a la deforestación en Michoacán de más de 1 millón doscientas mil hectáreas en solo 25 años, en aras del desarrollo.

A finales del 2019 la Semarnat tomó la decisión de no importar el glifosato que por más de 30 años se venía utilizando en el agro nacional,  aplicando el  criterio de precaución considerando las pruebas que lo responsabilizan de daños ambientales y a la salud humana. Las empresas que lo comercializan cabildean replicando que sin el glifosato caerá la producción de granos. Presentan datos en donde sólo miden, en un recorte de la realidad y bajo una perspectiva lineal, la relación glifosato – productividad. El mismo método y modelo que se utiliza para la mayoría de las mediciones ambientales.

En 1928 se creó en laboratorio los CFC (clorofluorocarbonos). Su uso en la industria (aerosoles, refrigerantes, solventes) fue intensivo porque tales gases se consideraban estables y parecían inofensivos. Cincuenta años después se pudo verificar que sus efectos habían dañado la capa de ozono ocasionando los gases de efecto invernadero. Bajo el paradigma de la ciencia lineal y determinista, las mediciones eran benignas. En el laboratorio todo estaba bien. El problema fue cuando el gas entró en relación con los componentes del planeta. El paradigma y las mediciones no advirtieron los efectos dramáticos de la destrucción de la capa de ozono.

El mismo fenómeno ocurre con los transgénicos. Parecen la solución científico técnica más eficaz para la producción de alimentos. Hoy existen estudios que nos advierten de consecuencias no deseadas para la salud y el medio ambiente.

Aplica perfectamente la metáfora del Frankenstein de Mary Shelley a la convicción moderna de que la técnica es el medio empleado por el hombre para sustituir la mano de dios, pero que termina volviéndose contra este al precio incluso de su vida y de su civilización. La experiencia nos dice que en cuestiones de medio ambiente la técnica siempre debe mirarse con recelo, por eso el principio de precaución. El fenómeno del medio ambiente es tan complejo que no puede abordarse desde perspectivas mecanicistas y lineales de causa – efecto, porque las consecuencias no son lineales ni en el tiempo ni en el espacio. «Si una mariposa agita hoy con su aleteo el aire de Pekín, puede modificar los sistemas climáticos de Nueva York el mes que viene», parafrasea el escritor James Gleick.

En esta perspectiva están los cañones antigranizo, los glifosatos, los transgénicos, la infinidad de ollas de agua y la deforestación. Son fenómenos, además, que deben ser estudiados, cuantificados y cualificados desde el enfoque holístico. Medirlos solo con los métodos lineales es tanto como usar una regla para medir la temperatura.

En este enorme espacio de impredecibilidad que generan las perturbaciones ambientales es donde tiene plena justificación el principio de precaución. No obstante que algunos cañones antigranizo cuenten con «permisos» estos deben ser retirados atendiendo este sabio y pertinente principio. El estruendo de 600 cañonazos por hora no puede ser menos inofensivo que el aleteo de una mariposa.

No podemos ver los fenómenos naturales como nuestros enemigos, no lo es «la maleza», no lo son los animales feos o venenosos, no lo son los huracanes ni las tormentas de granizo. No dejemos nuestro destino ambiental en las manos de Frankenstein, no somos dios, dejemos en paz a la naturaleza, es mejor respetarla y cuidarla, ella es nuestra casa, le debemos la vida y por ello le debemos gratitud.

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