A 25 AÑOS DE SU NAUFRAGIO ¡SE ESFUMÓ EL BETULA! Por Carlos Torres Oseguera

Playa Azul.- Durante la pasada noche del 10 al 11 de junio bajo los embates del  huracán Bud, de categoría 1 a 2, los restos del Betula, un buque cisterna que llegó a la deriva el 29 de junio de 1993 entre Playa Azul y Las Calabazas tras haberlo sacado de urgencia del puerto de Lázaro Cárdenas, acabaron esfumándose, se asume que un mar de fondo arrastró los restos de lo que quedaba del carcomido navío yéndose así, de noche, como una vez apareció hace ya casi 25 años.

Un Barco Viejo

Sí, el próximo 29 de junio se cumplen 25 años del naufragio del Betula, “ya era un barco viejo” comentaría  el capitán Francisco Alba Rojas “llegó al puerto con 10 mil toneladas de ácido sulfúrico para Fertimex, era su segundo viaje que hacía de China con este producto, a las 15 horas había preguntado cuanto faltaba por descargar, para  preparar su salida”.

le comentaron al piloto de puerto , que había algunos problemas a bordo con una manguera rota, a las 8 de la noche hubo una reunión de emergencia en el puerto, el sulfúrico se mezcló con agua generando una reacción que dañó tuberías de combustible provocando una intensa humareda que llevó a la misma tripulación a abandonar  la nave, pasada las 12 de la noche el barco sin gente, con dos remolcadores el Tuxpan y el Tarasco y en medio de una tempestad, sacaron al Betula, tras asumir que los gases generados pudieran provocar daños a las instalaciones portuarias; un buque de la Armada de México acompañó al Betula y los dos remolcadores, uno de ellos, el Tuxpan fue necesario cortar con hacha los cabos que le unían con el barco cisterna, ante la embestida de las olas, el buque de guerra también se retiró por la situación climatológica.

 Entre tormentas

A bordo de un remolcador el Betula fue sacado del puerto por el capitán Francisco Alba Rosas durante la noche del 27 de junio de 1993, al siguiente día el capitán Juan Ramón  Mendoza le relevó: recibí un barco  escorado bajo una mar en calma tras una noche lluviosa comenta, la faena se alargó por 36 horas, cuando el oleaje se intensificó por la cercanía de un ciclón. Durante todo ese tiempo solo recibía instrucciones de Capitanía de Puerto a la vez que informaba sobre la situación del barco. Fue una espera de haber que pasaba, y la teoría era que el Betula al estar ladeado y estar recibiendo agua por el oleaje, acabaría por hundirse irremediablemente. Sin embargo  la evaporización del ácido sulfúrico le permitió perder peso y llegó un momento en que el barco se estabilizó, la olas ya no llegaban a cubierta como sucedió en un principio lo que hacía casi imposible el que el navío fuera tragado por el mar como eran las intenciones y pronósticos de las autoridades portuarias.

De hecho el  objetivo de mantener el barco remolcado a la tira obedecía a razones de seguridad, evitar que el navío a la deriva pudiera colisionar con otra embarcación, o bien que encallara en las escolleras o en el acceso del puerto en tanto, se intentó sujetarse a otro remolcador, (el Tarasquito), pues el  barco que se había utilizado para sacar el Betula del puerto presentaba fallas mecánicas, estaba trabajando con un solo motor. Sin embargo no se pudo realizar la maniobra y la situación se puso crítica cuando empezó a crecer el oleaje, arrastrando materialmente el Betula a su remolcador, hasta que se reventó el cabo que les sujetaba entonces, el Betula quedó totalmente a la deriva, fue la etapa más crítica  pues se perdió todo gobierno del navío y la pista del mismo, ello implicaba que pudiera chocar con otro barco, o encallar en las escolleras cercanas al puerto, o en el peor de los casos, zozobrar en el acceso al puerto, lo que obturaría el tráfico marítimo sin embargo, el Betula acabaría teniendo, dentro de lo que cabe, un final feliz, al encallar en un punto intermedio entre Las Calabazas y Playa Azul a unos 30 kilómetros del puerto, en un lugar distante del paso de los grandes navíos y en un punto en que acabó convertido en atracción turística y  en arrecife artificial que propicia el refugio de vida marina.

La lenta retirada

Cuando cumplió 20 años de su naufragio y la memoria colectiva parece que  ya lo desplazó, en su último reducto, del Betula aún quedaba la proa, del resto del fuselaje como bestia antediluviana ya poco sobraba, la carcoma traga el acero varado dejando trozos de barco horadado salvando el puño de la ola que va ganando la batalla,  pez mordido por el tiempo, acero trasformado en arena, desde que  apareció en solitario, soberbio en su eslora, bronco como el  mar que lo guió a los bajíos de la playa del Tigre, tiempos de satélites  que todo lo ven, todo lo guían, nada se extravía ,  y   “Allá por Playa Azul apareció un barco” se oyó decir a alguien hace casi 25 años,  y lo escucharon capitanes y marinos desvelados y sorprendidos, por la terquedad del navío que dos noches antes habían sacado del puerto y soltado a la deriva en un mar revuelto por un clima huracanado, el que tomó la rienda del barco extraviándose a brújulas y faros, bitácoras y cuadrantes, radares y antenas, y el caro deseo de que se hunda, que se vaya al fondo del mar y se lleve los apuros terrenales de tiros y troyanos, ante la disyuntiva de qué hacer con el madrugador Betula que aparcó por allá, “por Playa Azul; lo trajo la lluvia” dijo el pregonero ocasional, y allá van todos, magos y agoreros, mandos y mandados, horas de especulaciones, pescadores huérfanos de capturas por que las mató el barco maldito,  enramaderos damnificados por los avatares de la bomba que iba espantar el turismo, reporteros y fotógrafos mandando al mundo la noticia que desparramó la palabra Betula en el escenario mundial, el portentoso buque llegó a las aguas livianas de la costa michoacana donde ya no pudieron sostener sus 50 mil toneladas de todo, acero su composición;  combustible su motor, ácido sulfúrico su carga, ya en aguas tranquilas y clima de sol, el Betula parecía un viajero esperando órdenes para retomar su navegar, pero no, la bestia apaciguada se estacionó para siempre, otras noticias, otros acontecimientos , otras vicisitudes desviaron la atención de periodistas y agoreros, el Betula se convirtió en leyenda espontánea por más de dos décadas de su devenir, la memoria colectiva, el viento y las mareas lo están extinguiendo, el Betula era noruego, murió al otro lado del mundo.

Ahí sigue, masticado por las muelas de briza y mar,  sal y sol, un portentoso gajo de barco oxidado, la carcoma se lo come, cada año el olvido pasea por su promontorio hecho costumbre  para el paisaje de pescadores vespertinos, bañistas del estero, camineros de playa y uno que otro curioso que aun cae ante el embeleso de un barco en desgracia.

Ayer, bajo un día ensopado por la primera lluvia ciclónica de junio, alguien gritó ¿Hey, y El Betula? El último gajo del viejo cisterna fue tragado por el mar, 25 años después de que vientos huracanados lo arrinconaron ahí, otras corrientes  marinas y eólicas se lo llevaron con la misma espontaneidad en que lo habían traído. Ahora sí, el Betula, murió definitivamente.

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